lunes, 27 de junio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (1)

héctor castro ariño aPrólogo


Queridos lectores:

Hoy iniciamos una nueva singladura literaria con la entrega periódica a capítulos de un nuevo relato. Es uno de mis primeros relatos de juventud. Quizá por el título el lector pueda pensar que se trata de un escrito de temática metafísica o trascendental. Pero no es así. Estamos ante un relato de piratas y aventuras.

Espero lo disfrutéis.

La verdadera historia del hombre (1)

Estaba paseando por el muelle aquella tarde lluviosa. La tormenta arreciaba fuerte. La lluvia copiosa y el intenso viento castigaban duramente aquella pequeña embarcación en la que debíamos partir al día siguiente. Por un momento vacilé y estuve a punto de echarme atrás, pero mi fuerte irreflexión, mi espíritu aventurero o el designio divino no me lo permitió. Pasé la noche en una posada cercana al puerto. Era un antro de mala muerte, pero discreto. La noche acalló por unos instantes la tempestad, pero solo unos instantes. Mi propia tensión me hizo caer en un profundo pero intranquilo sueño a la vez.

A primeras horas de la mañana me levanté y me dirigí hacia el lugar exacto; el cielo estaba en calma pero en tono amenazante. El soplo seco y frío del viento hizo amagarme bajo mi poncho. Al fin llegué al muelle y me encaminé hacia la pequeña embarcación. Estaba fuertemente dañada, sin duda, por la tormenta de la noche anterior. Dentro me esperaban tres hombres a los que no conocía. A eso de las seis y cuarto zarpamos rumbo Isla Coral.

hector castro ariño b


El mayor de los tres hombres rozaba los sesenta años, de complexión fuerte y alto, y con una poblada barba canosa. El más joven no tendría aún los treinta, era alto y delgado, y de expresión tranquila. El último era el que más me inquietaba, era un hombre maduro, de unos cuarenta años. Embozado como estaba en su capa, no podía verle el rostro. Al fin descubrió su cara. Una cicatriz adornaba su mejilla izquierda. Una mirada fría y penetrante desprendían sus oscuros ojos. De nuevo se volvió a embozar tras su oscura capa. Nadie gozaba decir nada, ni pronunciar un solo vocablo, ni una sola sílaba. Las dificultades con nuestra nave a causa de los desperfectos que ocasionó el fuerte viento y la abundante agua de la tempestad me permitieron oír sus voces. El más viejo, con una voz ronca y profunda, ordenó taponar algunos agujeros, y enderezar los mástiles con unos cabos que allí había. No sabíamos cuánto podría aguantar nuestro pequeño barco. Si los piratas nos encontraban, no podríamos pensar siquiera en huir, aquella embarcación era tan frágil como un tapón de corcho en un pozal de agua. Por esas aguas navegaba De Quintana, el bucanero más sutil que jamás conocí. Sé que pensarán que esta historia que les estoy relatando es del siglo pasado, donde la lucha con los asaltantes marinos era muy frecuente, pero se equivocan, estamos en pleno siglo XVIII, y lo que aquí estoy narrando sucedió mientras corría el año de gracia de mil setecientos cincuenta y cinco.

Continúa en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)
Para leer otro relato literario pincha en Asesinato en la niebla (1). Por Héctor Castro Ariño

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