Queridos
lectores:
Hoy se
cumplen nueve años del mayor atentado terrorista sufrido en España en toda su
historia. Desde este humilde blog quiero rendir mi particular homenaje a las
víctimas del atentado con la publicación de un artículo sobre el 11-M que
publiqué en prensa en el año 2006. Nueve años después de la tragedia seguimos
sin saber quiénes fueron los responsables de la misma.
¿Quién asesinó a John F. Kennedy?
y ¿Quién organizó el 11-M en España?
Lee Harvey
Oswald ha pasado a la historia como el asesino de John Fitzgerald. Pero,
cincuenta años después, pocos creen que el acusado por el magnicidio era el
responsable final del mismo. Incluso las estadísticas indican que solo un 10%
de los norteamericanos creen que Lee Oswald actuó solo cuando el fatídico 22 de
noviembre de 1963 disparó contra el 35º presidente de los EUA.
Quizá algún
día se sabrá toda la verdad, pero casi 50 años después aún se formulan
diferentes teorías sobre este crimen.
Si nos
centramos ahora en fechas más actuales, no podemos dejar de pensar en el horror
vivido en España el 11 de marzo de 2004. Todo el mundo lo recuerda como el
11-M. Recuerdo los días siguientes a los del atentado cuando miles de
ciudadanos, españoles y extranjeros, pedíamos saber la verdad al Ejecutivo que
gobernaba España en aquellos momentos. Dos años después, seis años después y
nueve años después, yo me pregunto: ¿Qué hacemos ahora aquellos que queríamos
saber la verdad? ¿Por qué no dejamos oír nuestras voces para pedir la verdad? Y
es que eso que pienso cada vez lo tengo más claro, y es que la matanza de
Madrid no fue obra ni de cuatro radicales islámicos ni tan siquiera de Al-Qaeda
(posteriormente en la sentencia judicial ni la nombrarán) o, al menos, en caso
de que hubiera sido esta última tendría que haber compartido la responsabilidad
con más grupos y/o personas.
Reconozco
que en los instantes inmediatos al atentado pensé en un atentado a manos del
terrorismo islamista. En la actualidad, no pienso que fueran solo terroristas
islamistas sino que participaron otros terroristas no islamistas e, incluso,
supuestos no terroristas (hasta entonces) que pudieran ser quizá individuos con
DNI español y nada sospechosos.
No entiendo
cómo se pudo cerrar en falso la Comisión de Investigación del Congreso de los
Diputados de España. Tampoco veo claro por qué al juez que instruyó el caso,
Juan del Olmo, se le ocultaron datos importantes, como por ejemplo el informe
que trataba el uso de móviles por parte de organizaciones terroristas; o cómo
es que los primeros agentes policiales que llegaron al lugar donde estaba
aparcada la famosa furgoneta Kangoo, la cual dio pie a las primeras
detenciones, afirmaron que dentro del automóvil no había nada y, sin embargo,
el auto de procesamiento estableció que la furgoneta contenía “61 evidencias” incluyendo dos mantas,
bufandas, 14 petos de fútbol, detonadores y la cinta coránica entre otros
elementos. ¿Es que los dos policías que fueron los primeros en llegar padecían
de la vista?, o ¿mienten?, o ¿mienten los que dijeron o pusieron las 61
evidencias? También el Jefe del Grupo Local de Policía Científica de Alcalá de
Henares, encargado en las primeras horas de la investigación, dijo que “allí dentro no había nada”. ¿Tampoco
dijo la verdad? o ¿sí la dijo? ¿y todos los confidentes de la policía que de
alguna u otra manera avisaron de lo que podía suceder? y ¿sobre el material
explosivo y las muestras de Goma-2 Eco y Titadine? ¿Explotaron ambas dinamitas?
¿y…? Demasiados interrogantes y cosas extrañas.
El trabajo
de investigación durante estos nueve años lo ha estado haciendo sobre todo, entre otros, el
diario El Mundo y el periodista Luis del Pino que, dejando de lado
si somos o no somos de unas ideas o de otras, considero que les tenemos que
reconocer este mérito. Y ojalá El Mundo, Luis del Pino, la prensa en general, la Policía o quien sea puedan aportar más claves que nos
lleven definitivamente al esclarecimiento del 11-M. Hay demasiadas incógnitas y
puntos oscuros que preocupan y que, igual que con el asesinato de Kennedy, a
más de uno le hacen pensar teorías que, por el bien de la libertad y la democracia,
ojalá no sean ciertas y así lo demuestren las investigaciones.
Autor: Héctor Castro Ariño
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