viernes, 9 de septiembre de 2011

jueves, 1 de septiembre de 2011

La verdadera historia del hombre (y 7)

héctor castro ariño __
Recogimos a Quesada y volvimos a la choza de Weihoisa. Allí reposamos para partir al día siguiente. Comentamos el hecho de no haber visto a los franceses desde después de su desembarco en la isla pero, sin duda lo más extraño era que ninguno estaba lo suficientemente decepcionado o frustrado –por la pérdida del baúl millonario- para no reír. Algo extraño habíamos descubierto dentro nuestro, dentro de unos corazones que hasta entonces habían vivido solo en la ambición y el egoísmo. Quizá fue la muerte de Éric lo que produjo la apertura en nuestro interior. Es triste que, a veces, hasta que no ocurre algo así no nos damos cuenta de lo que verdaderamente importa. Weihoisa sacó cervezas para todos, creo que él las llamaba algo así como amiverdains, no lo recuerdo bien.
héctor castro ariño --

A la mañana siguiente, temprano, nos fuimos. Antes de partir observamos en la playa el triste espectáculo que había dejado el día anterior. Centenares de hombres muertos a lo largo y ancho de la playa tendidos en la arena. No importaba si eran venecianos o portugueses, eran hombres. A lo lejos veíamos buques que venían para recoger los cuerpos…
héctor castro -

Yo no sé si algún día se recuperará aquel cofre –espero y creo que no-. Tampoco sé si el ser humano algún día será capaz de crear un arma tan destructiva como aquella y, en caso de que ese cofre no se hubiera perdido en el vacío volcánico, no llego a imaginarme las muertes que hubiera podido ocasionar. Muchas guerras ha habido desde entonces –la guerra de sucesión de Polonia (1733-1738), la de sucesión austríaca (1740-1748) o la mismísima revolución francesa que empezó en 1789 y que no sé cuánto durará así como otras muchas más que aún habrá, todas ellas muy crudas y deshumanizadas –como todas-, pero mucho menos que si hubiesen conocido aquella arma. La nación que se hubiera hecho con ella podría haber dominado el mundo entero hasta que no se hubiera inventado otra arma secreta aún más potente y mortífera.

En los últimos días de mi vida he querido que todo esto constase escrito como un legado para el hombre. Los tres principios básicos de la guerra, “la voluntad de vencer, la libertad de acción y la economía de fuerzas” completados con “la acción de conjunto” habían sido desplazados por los principios básicos de la convivencia humana, “solidaridad, fraternidad y amistad”.
héctor castro ariño _
Lector que leas mi historia, no pienses que esto es una invención mía o de cualquier otro y cuéntala a tus hijos, a tus nietos, a cuantos hombres quisieran escucharla y no olvides la infinita riqueza que sí encontramos. Por último, quiero darte un consejo en bien tuyo y de todos los hombres: si algún día pisas Isla Coral –que, por cierto, aún no sé cuál era su verdadero nombre ni por qué la llamaban así-, no intentes encontrar el cofre sino que intenta encontrar o, al menos buscar, esa parte de nuestro interior que a veces nos cuesta descubrir.

A dieciséis de agosto del Año de Gracia de Nuestro Señor Jesucristo de mil setecientos noventa y dos.
héctor castro _



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Héctor Castro Ariño+





Autor: Héctor Castro Ariño

lunes, 29 de agosto de 2011

Madrid. Carta al Presidente del Gobierno de España (por Roberto Lagunas Pisón)

Queridos lectores:

De nuevo publicamos un artículo, en este caso carta fechada a 27 de enero de 2011, que nos ha remitido Roberto Lagunas Pisón, presidente de la Asociación Regional de Autónomos y Amas de Casa (AREA), presidente de la Asociación Nacional de Autónomos, Profesionales y Amas de Casa (ASNAPA) y presidente de la Asociación Nacional de Micro Empresas-Aragón (CONAE).

Roberto Lagunas


Estimado Sr. Presidente del Gobierno:

Viendo que no se ponen de acuerdo ni el Gobierno ni los sindicatos por un tema que no lo encontramos tan difícil de solucionar, le hacemos algunas sugerencias que de seguro resolverán el atasco de conversaciones que están manteniendo ustedes.

Referente a la jubilación le podemos indicar que habiendo más de un 43% de paro juvenil no es lícito que se amplíe la edad de jubilación hasta los 67 años ya que si a este sector se le diese oportunidad de trabajo, a estas alturas no estaríamos en este punto.

Por otro lado, vemos fuera de lugar la inmensidad de aportaciones económicas, sean lícitas o no, que se les aporta a los sindicatos, los cuales se suponen están para salvaguardar los derechos de los trabajadores y los no trabajadores. Entendemos que este sector tan mimado por ustedes se tiene que mantener de las cuotas de sus asociados y no de partidas de la hacienda pública que es el dinero de todos los trabajadores, por muy legal que sea el sistema, ya que estamos atravesando una crisis empresarial importante por lo que también tienen que arrimar el hombro para salir de este descalabro mal gestionado por unos y otros.

No se arregla el tema con dar dinero a los sindicatos para los cursos que, en definitiva, no van a ninguna parte. Hay que hacer contratos de aprendizaje que es como se adquiere experiencia en un trabajo; hay que dar créditos a nuevos emprendedores y, lo más importante de todo: las Instituciones deben abonar sus deudas a las empresas y autónomos.

Se ha intentado muchas veces el ponernos en contacto con ustedes pero es imposible ya que solo miran a los sindicatos, que no están demostrando estar a la altura de las circunstancias, y créame, dando dinero a diestro y siniestro no se solucionan las cosas.

Una anotación: los sindicatos no tienen por qué meterse en el terreno autónomo porque no tienen nada que aportar. Hay muchas maneras de reducir el gasto público sin tocar las pensiones y sin subir la edad de jubilación; si de verdad quiere conocerlas, se ponga en contacto con nosotros y se las haremos llegar. Antes de dar dinero a los sindicatos creemos que más se lo merece el sector de la medicina, policía y otros muchos que son los que realmente velan por nuestros intereses.

¿Por qué no se acogen el sector político o usted a las condiciones de jubilación y de subsidio de desempleo que tenemos los demás ciudadanos? Entonces estaríamos todos en igualdad de condiciones. Le recuerdo que los que pagamos somos los ciudadanos y no tenemos nada a cambio, sólo pagos y paro. También le recuerdo que su sueldo, como el de muchos, está sujeto a los presupuestos del Estado (ciudadanos que pagan).

Un saludo,

Roberto Lagunas Pisón
Presidente de AREA Y ASNAPA

Leer otros artículo de Roberto Lagunas Pisón en
Cómo está el patio, Serapio
El oportunismo y vagancia de algunas asociaciones de autónomos
Cumbre empresarial de empresarios y profesionales autónomos - Por Roberto Lagunas Pisón

PorRoberto Lagunas Pisón: "Los tontos listos"

lunes, 22 de agosto de 2011

La verdadera historia del hombre (6)

-¡Dios mío, genoveses! —grité.

Estábamos perdidos. Ellos querían el cofre, nosotros también; nosotros éramos dos, ellos veinte, por lo menos. Cuando peor estaban las cosas… oímos disparos. Creí que nos disparaban pero… ¡quién iba a decirlo!, los soldados británicos acababan de salvarnos. Mientras ambos bandos se entretenían, Pablo y yo aprovechamos la ocasión para escapar.

Castro Ariño
Todo parecía solucionado, ya se podía ver la vital luz del día, estábamos a escasos metros de la salida… cuando por sorpresa apareció otro escuadrón de soldados genoveses. Nos pidieron de nuevo el cofre. Ellos estarían a unos veinte o treinta metros en dirección a la salida, detrás habíamos dejado un campo de batalla, ¿qué hacer? –nos preguntábamos-.
Los genoveses avanzaban. De repente cogimos una desviación y pudimos ocultarnos –las ramificaciones en ese punto eran múltiples- aunque, eso sí, sin saber dónde estábamos. Los militares pasaron de largo. Entonces reemprendimos la marcha, a oscuras y yo resbalé…

Héctor Castro Ariño -

-¡Socorro, ayúdame Pablo!

Pablo tenía el cofre sujetado con ambas manos; yo colgado de un hierro no podría aguantar mucho tiempo, pues me quemaba las manos. El hombre de la cicatriz en la cara estaba inquieto, no sabía qué hacer, no se decidía entre salvarme de nuevo la vida o no soltar aquel cofre que le podría proporcionar riquezas infinitas. ¿Qué hacer? Yo ya había encomendado mi alma al Cielo cuando un fuerte ruido de escurrimiento se produjo a mi derecha a la vez que un fuerte “¡no!” resonó por toda la cueva. Por mi la lado diestro vi caer el baúl al vacío con todo lo que aquello conllevaba. A mi lado izquierdo vi al hombre, al ser humano, que de nuevo me salvaba la vida. Por fin se había decidido, y fue por salvar la vida de un ser humano como él, de otro hombre. Abajo caía todo lo que significaba codicia, ambición, riqueza, guerra, violencia… Arriba solo quedaban lazos de humanidad y de amistad. Era increíble, cuando solo quedaba la tarea fácil, aquel hombre optó por salvar mi vida cuando hubiera podido intentar salvar el cofre y, si yo no hubiera podido zafarme, más a repartir entre Weihoisa, Quesada y él. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que realmente había ocurrido y el porqué de aquel viaje. Habíamos hallado la riqueza más grande del mundo: la solidaridad y la amistad.
Pablo y yo nos encaminamos hacia la salida y, ya afuera, se acercaba un pelotón de tropas venecianas que, al vernos sin el cofre y al oír los disparos que se producían en el interior de la cueva, creyeron que en el interior de la gruta estaba lo que buscaban y no se daban cuenta de que aquello está en el interior de cada hombre.

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Autor: Héctor Castro Ariño

miércoles, 10 de agosto de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (5)


Nuestros contactos con Venecia eran buenos. De pronto, unos disparos nos desconcertaron por momentos, venían de la playa… Portugueses y venecianos mantenían una intensa lucha. Eso nos beneficiaba pues estaban muy ocupados para buscar el cofre. Desde aquella altura divisábamos toda la playa y toda la ínsula. Vimos que por la otra parte de la isla desembarcaban británicos. Debíamos actuar rápido ya que estos últimos, además de los genoveses, se dirigían ya a las cuevas. Y eso era solo por el momento, pues como anteriormente he mencionado, los franceses también habían desembarcado ya en la isla. Tan solo portugueses y venecianos permanecían imposibilitados para escalar monte Escarnón pues seguían librando una feroz batalla en la playa. Finalmente, restaban los piratas. Pero estos últimos no se atreverían a venir por allí puesto que los cinco ejércitos que allí se encontraban podrían destrozarlos.

Pablo y yo llegamos a las cuevas volcánicas. La lava no permitía la entrada en alguna de ellas pero, ¿por cuál teníamos que ir? Pronto nos lo revelarían los murciélagos. Iniciamos la tanda de bruscos golpes por aquellas inhóspitas aberturas. De cada una de ellas salían muchos murciélagos hasta que por uno de esos grandes agujeros salieron en desbandada multitud de ellos y un profundo eco resonó indefinidamente. Sin duda esa era la gruta más profunda. Entramos pues y notamos enseguida que el calor iba en aumento. ¡Aquello era como un horno! Entre los distintos senderos íbamos probando diferentes vías. Estábamos ya muy adentrados cuando empezamos a oír ruidos, ecos lejanos y, también, creímos escuchar voces a nuestra zaga. Sin duda eran soldados. Lo que desconocíamos era de qué ejército formaban parte, a qué estado pertenecían. Seguimos adelante aunque no sin correr serios riesgos. Los bordes venían rebosando de lava volcánica. Con un solo inoportuno resbalón te precipitabas a un vacío en llamas. A los soldados cada vez los teníamos más cerca, su ritmo era mucho más rápido que el nuestro.

Ya muy adentrados en el interior del volcán encontramos un espacio fuertemente iluminado por los rayos de luz que entraban por unas grietas. Y allí estaba... tan señorial, tan espacioso, tan callado, tan silencioso, tan imperial, tan…

Pablo y yo lo cogimos entre ambos y tomamos otro de los múltiples caminos que allí había para tratar de evitar a los soldados. Aunque aquello pesaba enormemente todo iba a las mil maravillas hasta que nos gritaron:

-Alto alla legione genovesa!


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lunes, 1 de agosto de 2011

Héctor Castro Ariño: Animales de granja (3)

Foto realizada por Héctor Castro Ariño
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Héctor Castro Ariño: "La espada de hierro", de Julio Manzanaro Nanclares de Oca

Héctor Castro Ariño: “Es un tema desconocido hasta ahora para muchos pero que, sin duda, con la publicación de esta narración histórica el pasado mes de marzo de 2011 se contribuye, y mucho, a la difusión de esta etapa tan apasionante de nuestra Historia”.


La espada fue el arma indoeuropea por excelencia y, muy concretamente, la espada de hierro. Con solo fijarnos en el título de este manual histórico de Julio Manzanaro Nanclares de Oca supondremos con acierto que este libro versa sobre los pueblos indoeuropeos. Eso sí, deberemos adentrarnos en sus páginas para ver que concretamente nos hablará de las distintas tribus indoeuropeas que migraron y dominaron el viejo continente.

El hierro pudiera haber sido utilizado a partir del III milenio a. C., pero las espadas de hierro no serán comunes hasta el siglo XIII a.C. Será sobre el siglo XII a. C. cuando comience la Edad del Hierro en el Próximo oriente y poco antes del 800 a. C. en Europa. Precisamente serán las migraciones indoeuropeas venidas desde las estepas caucásicas las que traerán este metal tan resistente. Un metal negro mucho más duro que el bronce y el cobre. La cultura proto-céltica de Hallstatt (siglo VIII a C.) fue una de las primeras en trabajar el hierro en Europa y en fabricar espadas de hierro.

Mientras progresamos en la lectura de esta obra avanzamos paralela y cronológicamente con las oleadas migratorias indoeuropeas que se establecieron por Europa. Descubriremos con detalle el asentamiento de estos pueblos en Grecia, Italia, Francia, España, Portugal, Inglaterra, Irlanda y Escocia. Asimismo profundizaremos en los “bárbaros” del norte: germanos, eslavos, hunos (procedentes de las “profundidades de Asia”) y godos.

Estamos ante una obra de consulta pero, a la vez, nos encontramos con una lectura amena y sencilla que nos transporta a un mundo fascinante pocas veces tratado tan acuradamente. En algún aspecto filológico los lingüistas no estaremos de acuerdo y, quizá en otros, encontramos a faltar algo más de profundización pero, recordemos, no estamos ante una obra de Lingüística sino de Historia. Julio Manazanaro Nanclares de Oca consigue, sin duda alguna, su propósito de publicar una auténtica “crónica” histórica de las oleadas migratorias de los pueblos indoeuropeos en nuestro continente. De hecho, de la mezcolanza de estas tribus -celtas en una primera etapa-, en muy diversas oleadas, con pueblos establecidos anteriormente en nuestros territorios, como los íberos, son parte de nuestros antepasados. Ancestros que, por otra parte, se volverán a mezclar más tarde con otros pueblos. Importante es recordar que con la romanización de la Península Ibérica llega también otro pueblo indoeuropeo venido de Roma y, más tarde, entrarán los visigodos (indoeuropeos germanos). La influencia de los indoeuropeos fue tal que hasta nos dejaron sus lenguas, de las cuales derivarán, entre otras, el latín, madre de las lenguas románicas y, por ende, todas las de la Penínusla Ibérica a excepción del vasco.

No es muy frecuente escribir crónicas históricas y, mucho menos, que estas versen sobre las invasiones de los pueblos indoeuropeos en Europa. Es un tema desconocido hasta ahora para muchos pero que, sin duda, con la publicación de esta narración histórica el pasado mes de marzo de 2011 se contribuye, y mucho, a la difusión de esta etapa tan apasionante de nuestra Historia.

Como bien dice su autor, este libro es “una recopilación histórica. Es pura ciencia, sacada de los anales de la historia y trasladada al papel con la integridad y lealtad que deben formar parte en la vida de un historiador”. No puedo encontrar mejor definición para este volumen. El propio Manzanaro Nanclares de Oca afirma que su deseo es que La espada de hierro sea una obra “fácil de comprender y útil a la vez para la rápida búsqueda en momento de precisa aclaración de este tema”. Ciertamente, el propósito del autor está cumplido y para los neófitos como yo en esta materia ha sido un auténtico placer leer tan entretenida y, a la vez, divulgativa obra que, además, sirve “de consulta rápida si se toca el tema histórico de las tribus indoeuropeas” como concluye su autor.


Por Héctor Castro Ariño

lunes, 25 de julio de 2011

Per Héctor Castro Ariño: Sense paraules... (3)

Foto realitzada per Héctor Castro


Foto realitzada per Héctor Castro



Foto realitzada per Héctor Castro



Foto realitzada per Héctor Castro



viernes, 22 de julio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (4)

Llevábamos dentro de la cueva un par de horas cuando avistamos cómo llegaba una nave a la orilla…

-¡Eran franceses!

No podíamos perder más tiempo. Si los franceses ya habían llegado, los portugueses ya no tardarían, y la isla estaba llena de genoveses y los británicos también tenían la intención de dejarse ver. Partimos rápidamente intentando no dejar ni huellas ni señales que nos delatasen; era imposible, el fango era el culpable. Eso hacía, si aún cabía más, más peligroso nuestro trayecto. Llegamos a monte Escarnón; llegaba el momento de la verdad. Nos despedimos de Weihoisa y empezamos la escalada. Weihoisa nos esperaría en su cabaña una vez concluida nuestra faena. La subida se presentaba muy dura. De repente, el viejo capitán resbaló…

Q-¡Socorro, he quedado colgado y no sé por cuánto tiempo!

P-¡Aguanta Quesada… agarra ese cabo!

El viejo había quedado colgando gracias a un pedazo de su vestimenta que se había enganchado en una raíz arbórea que sobresalía, pero el impacto que había recibido era muy fuerte.

Q-¡No puedo, creo que me he roto una mano!

El viejo se había propinado un gran golpe en los brazos intentando amortiguar así el choque con el resto del cuerpo y se había lastimado ciertamente las muñecas. Yo estaba más cerca de él que Pablo pero mis esfuerzos por socorrerle eran inútiles, es más, de repente me vi en una situación límite al quedarme atrapado y sin poder salir en un saliente. El pánico se apoderó de mí. Mientras, Pablo subió por fin a Quesada hasta una pequeña explanada y luego se volvió para ayudarme a mí. ¡Qué ironía!, aquel de quien en un principio desconfiaba, ahora me ayudaba.

El viejo Quesada tenía verdaderamente dañadas las manos, si seguía nos pondría a los tres en peligro. No continuó. Buscó un lugar donde ocultarse hasta nuestra vuelta.

Nos íbamos acercando hacia el objetivo de nuestra misión. Eran ya las primeras horas de la tarde cuando divisamos las cuevas pero, ¿cuál de ellas sería?

Quien se hiciera con aquel cofre podría dominar el mundo. Ese cofre contenía el arma más mortífera que la humanidad jamás había poseído. Era capaz de destruir dos barcos de una sola vez, capaz de acabar con cien hombres de una sola vez, capaz de reventar una fortaleza con un solo disparo.

Nosotros, unos buscavidas, unos aventureros, solo la queríamos para sacar una tajada que nos permitiera vivir como reyes. La venderíamos al mejor postor.

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